Cuando se derrumbó la Unión Soviética y desapareció el Bloque del Éste, hubo diagnósticos apresurados sobre el “Nuevo Orden Mundial”. Abundaron los análisis que prefiguraban un mundo unificado y pacificado en el que el mercado pudiera alzarse como el gran regulador de la humanidad. La “Tercera Ola” democrática, por lo demás, coincidía con las aperturas comerciales y financieras del mundo, proceso conocido como “globalización”. En medio de esta vorágine, el Estado fue puesto en la picota por tirios y troyanos, pues para unos era la encarnación del autoritarismo, coercitivo y represor, y para otros era un estorbo, demasiado grande y demasiado obeso, que había que reducir a su mínima expresión.