
Joseph Conrad decía que con la palabra justa y el acento exacto se podía mover el mundo. Ahora sabemos que el mundo no se mueve con nada, ni con la palanca de Arquímedes. El mundo no necesita movimiento, él es el movimiento.
Pero las siete narraciones de El ángel de Nicolás demuestran que las palabras justas, el ritmo exacto, las imágenes precisas pueden recrear ese andar incesante de la naturaleza y de la historia. Una naturaleza caótica es domada por la imprescindible armonía de la música; una historia irracional es rescatada como si fuera un niño secuestrado por sus propios padres con la invencible voluntad de sus protagonistas, quienes asumen los azares del mundo hasta sus últimas consecuencias.
Verónica Murguía ha reconstruido con doble sentido magistral diferentes momentos de la historia y del mito: por un lado, su estilo es una enseñanza serena y, con todo el peso d...leer más